¿Por qué las partes en conflicto no son capaces de sentarse, hablar y encontrar una solución?.

Ángel Luis Vázquez Torres
Economista
Mediador Civil, Mercantil y Concursal.
Administrador Concursal.
Experto contable, financiero y Fiscal.
Coach.
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¿Por qué las partes en conflicto no son capaces de sentarse, hablar y encontrar una solución?.

Todos sabemos que cuando los sentimientos están a flor de piel es muy difícil pedir a las personas que se comporten de una forma racional, pero ¿por qué sucede esto?.
Tenemos que acudir a la neurociencia, y al concepto de “secuestro emocional para poderlo explicar. El secuestro emocional se produce cuando perdemos el control de nuestros actos (Caso de Richard Robles, Goleman -1.996)
Los estímulos sensoriales (a excepción de los olfativos), llegan a nuestro cerebro a través del “tálamo” el cual se encarga de “filtrar la información” y enviarla al cerebro pensante (neocórtex) y al cerebro emocional (la amígdala), con una diferencia importante, el camino al neocórtex es muchos mas largo que el camino a la amígdala, por lo que los estímulos sensoriales llegan mucho antes al cerebro emocional que al cerebro racional.
La amígdala es la parte del cerebro especializada en procesar los aspectos emocionales de los estímulos. Si se produjera una desconexión de la amígdala no seríamos capaces de asociar un significado emocional a estos, por ejemplo seríamos capaces de ver a nuestro bebé pero no experimentaríamos ninguna emoción. Cuando esta estructura se daña, las personas carecen de sentimientos como rabia o miedo y ni siquiera son capaces de llorar.
Con el tiempo, el cerebro ha sabido gestionar de alguna forma la intensidad de las emociones. El córtex prefrontal se convierte en una especie de regulador que desconecta la amígdala y permite que se dé una respuesta más racionalizada, lo que implica que en el pensamiento precede al sentimiento. Este hecho es fundamental para la vida emocional ya que permite la evaluación de la emoción dando lugar a los sentimientos. A. R. Luria, neurofísico ruso afirmó ya en la mitad del XIX que el córtex prefrontal constituía la clave para el autocontrol y la represión de los estallidos emocionales.
En situaciones normales los canales neuronales entre los tres cerebros funcionan y actúan coordinadamente ante los estímulos externos, el problema surge, cuando la amígdala que también cumple el rol de centinela de nuestro cerebro detecta alguna “amenaza” (miedo, odio, peligro, ..) reacciona inmediatamente y en pocos segundos declara una especie de “estado de emergencia” reclutando todos los recursos de cerebro para responder a la amenaza y corta toda comunicación con la corteza prefrontal encargada de una reflexión racional. En este momento se dispara la secreción de una serie de hormonas que nos preparan para huir o para luchar, en este momento se tensan los músculos, se agudizan los sentidos y nos ponemos en alerta. En definitiva, son momentos en los que no pensamos, nos dejamos llevar por los sentimientos. En esta situación, en opinión de Josep Folguer, padre de la mediación trasformativa,  las personas en conflicto tienen a experimentar  dos tipos de sensaciones:
-    Debilidad: confusión, miedo, desorganización, vulnerabilidad, pérdida de poder, incertidumbre, falta poder de decisión.
-       Ensimismamiento: autoprotección, suspicacia, a la defensiva, mente cerrada …
Esta dinámica negativa se “retroalimenta en un círculo vicioso”, que intensifica la debilidad y el ensimismamiento de las partes, dando como resultado que la interacción entre las partes degenere tomando un carácter destructivo y deshumanizado, en el que es imposible cualquier acuerdo.
Y por esta razón, las personas, aunque están preparadas de serie (principio de autodeterminación) para resolver sus propios conflictos, en muchos casos no pueden resolverlos por sí mismos y necesita la ayuda de una tercera persona (el mediador) que les ayude a “recuperar el diálogo” para poder realizar cambios positivos en la interacción y encontrar por sí mismo términos y condiciones aceptables para resolver sus diferencias.

No hay nada que desespere tanto como ver mal interpretados nuestros sentimientos – Jacinto Benavente.

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